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Desde hace tiempo, muchas oficinas se han transformado en entornos colaborativos dando lugar a nuevas formas de organización de los espacios de trabajo. Tanto start-ups como los gigantes de la industria de tecnología iniciaron esta tendencia que hoy se aplica en cada vez más empresas y sectores. Tal es así, que la utilización de entornos colaborativos ha llegado a rubros tradicionalmente conservadores como el bancario, en lo que significa una muestra clara de una tendencia que llegó para quedarse.

Ya sea en uno u otro sector, este nuevo formato y look & feel de las oficinas modernas está desplazando a los viejos cubículos o boxes, transmutándolos en largas mesas o islas que fomentan la horizontalidad, y en la que conviven sin divisiones tanto colaboradores como mandos medios y gerentes. La foto típica se completa con computadores portátiles en lugar de desktops, ubicaciones aleatorias, lockers, sillones y pufs ergonómicos y espacios comunes para reuniones y esparcimiento.

Como emergente de este fenómeno y, potenciado por el auge del entrepreneurship y la cultura freelance de los últimos años, surgen los espacios de coworking como la marca registrada de los entornos colaborativos.

El caso de WeWork, uno de los líderes globales del segmento,  plantea interesantes aspectos de lo que podría implicar el auge de los entornos colaborativos. Con presencia en 25 ciudades de Estados Unidos y en  Londres, Tel Aviv, San Pablo, Pekín, Hong Kong, Ámsterdam, Seúl, París y otras tantas ciudades en cerca de 20 países, WeWork se inició como algo muy simple: alquilar espacios, subdividirlos en sectores y sub-alquilarlos.

WeWork es actualmente el start-up más valioso del mundo, con un valor de 16 mil millones de dólares luego de su última ronda de financiamiento. ¿Por qué la enorme diferencia con sus competidores? Al igual que Spaces, start-up propiedad de la tradicional Regus, WeWork se dedica a subalquilar espacios colaborativos, sólo que lo hace con un enfoque diferencial claramente orientado al desarrollo de comunidad.

Freelancers, emprendedores o pequeñas y medianas empresas pueden alquilar desde espacios de trabajo y escritorios fijos hasta oficinas privadas. Pero el valor agregado que tienen en Wework pasa por áreas de esparcimiento para los ratos de ocio y muchos beneficios y actividades que genera la compañía en cada sede para fomentar el desarrollo de comunidad entre sus miembros, como clases de yoga y meditación, eventos coordinados por un community manager dedicado, una red social propia y café, cerveza y tragos gratis. Una verdadera “red social física”, como la definió su creador, Adam Neumann.

Seguramente te preguntarás: ¿cerveza?, ¿gratis?, ¿a cualquier hora? En ese sentido, la experiencia de WeWork podría estar más cerca del viaje de egresados que de la experiencia cotidiana del trabajo tal como la conocemos actualmente. Pero, más allá de lo anecdótico, este tipo de emprendimientos, y su éxito creciente, instalan la reflexión sobre el equilibrio entre vida privada y trabajo. Y estos espacios colaborativos van un paso más allá, ya que propone borrar esa frontera de forma definitiva. Trabajar es vivir y vivir es trabajar y uno trabaja haciendo lo que ama. Por lo tanto, los límites entre una y otra cosa son innecesarios.

Propuestas como la de WeWork plantean preguntas mucho más profundas sobre si está bien tomar alcohol en el trabajo, o cuánto es lo razonable. Realmente están poniendo en crisis todo el conjunto: el trabajo de 8 horas y los rituales que incluye, desde la vestimenta hasta el presentismo, las jerarquías, o la necesidad cumplir con obligaciones o requisitos formales determinados. Los espacios colaborativos no solo instalan la pregunta sobre esta realidad, sino que van más allá, reemplazándola por una imagen en la cual el creciente trabajo freelance e independiente, con sus propios rituales abocados a la libertad y el control total sobre la rutina, demuestra que los trabajadores cada vez quieren depender menos de un jefe.