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Más que disponer de las capacidades necesarias para realizar determinadas tareas, las empresas empiezan a valorar mucho la actitud con la que los empleados afrontan su trabajo. En este sentido, fomentar valores como la superación, el optimismo, la perseverancia y la motivación resulta clave para hacer progresar el negocio.

Las organizaciones son entornos sociales en los que, por encima de todo, conviven personas. Y cada una de ellas tiene su propio proyecto de vida en el que anhela aprender lo que verdaderamente le apasiona, tiene ilusión por superarse profesionalmente, desea sentirse útil con lo que hace, le asalta la duda o el miedo a lo desconocido y se mueve por una serie de principios éticos y morales.

En ocasiones, todo este conjunto de valores que guían las acciones de las personas y moldean su actitud para enfrentarse su trabajo diario es más importante que sus propios conocimientos. De hecho, muchas empresas ya se han dado cuenta de ello y están transformando su política de selección y gestión de personal basándose en dar una mayor importancia a las actitudes de los empleados a la hora de asumir sus funciones y superar las dificultades. En otras palabras, las organizaciones se empiezan a centrar en el lado más humano y ético de los trabajadores.

La actitud desde la selección

Es más, este nuevo paradigma ya empieza a ser habitual en los propios procesos de selección de los candidatos. Y es que, elegir a una persona solo por sus méritos y luego hacer que interiorice los valores y actitudes necesarios para trabajar bien es un procedimiento lento, costoso y que no tiene por qué llegar a buen puerto. 

Por tanto, cualquier empresa ha de poner el foco en una serie de valores que se pueden resumir en cinco aspectos:

  1. Entusiasmo. Las actitudes positivas tienen un gran valor añadido a la hora de relacionarse con los demás y afrontar los conflictos, puesto que mejoran la cohesión interna de la organización.
  2. Flexibilidad y polivalencia. No se trata de tener conocimientos específicos en muchas áreas, sino de tener predisposición a realizar funciones diferentes a las habituales de un puesto determinado.
  3. Iniciativa e interés. Este apartado tiene que ver con la capacidad de la persona para proponer, implementar mejoras o idear nuevos proyectos relacionados con su trabajo.
  4. Perseverancia y capacidad de superación. Las empresas quieren profesionales que sean constantes y estén dispuestos a aprender con la máxima de seguir superándose a si mismos en todo lo que hacen.
  5. Motivación e ilusión. Esta es la mayor fuerza que mueve a las personas a realizar sus actividades. De hecho, cuando se está motivado, se tiene la voluntad de hacer algo y se es capaz de esforzarse con ilusión para conseguir el objetivo marcado.

Un círculo que se retroalimenta

Gestionar la relación con los empleados desde este punto de vista, es decir, potenciando sus valores, proporciona un gran número de ventajas a las empresas: suele ser artífice de la existencia de un buen ambiente laboral, del compañerismo, de la resolución de problemas con rapidez y de la fidelidad hacia la compañía.

Y además se trata de un círculo virtuoso que se retroalimenta. Si los empleados ven que su organización antepone el punto de vista más humano, ellos potenciarán todavía más sus actitudes positivas ya no solo hacia su trabajo, sino hacia todo su entorno laboral y hacia la empresa en su conjunto.

Toda esta situación tiene también su reflejo en el cliente. Cuando las personas son felices y se encuentran emocionalmente satisfechas mejora el servicio y se potencia la experiencia del cliente.