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“La solución más simple es la correcta”. A esta conclusión llegó en la Edad Media el pensador inglés y fraile franciscano Guillermo de Ockham (1287 – 1347). Guiado por su modo de vida sencillo y austero, este hombre teorizó acerca de la simplicidad y bebió de la corriente de la filosofía nominalista, un pensamiento predominantemente lógico.

El principio más célebre que este fraile desarrolló se conoció posteriormente como “navaja de Ockham”. Este postulado se utiliza para explicar un fenómeno: si existen dos o más hipótesis, en igualdad de condiciones, lo más razonable es dar preferencia a la más simple. Éste también es conocido como el principio de parsimonia.

Según este principio, lo idóneo es elegir primero la solución más simple hasta tener razones fundamentadas para optar por una solución más compleja. 

El principio aplicado a los negocios y el empleo

En la empresa pueden darse altos niveles de complejidad que, a su vez, desemboquen en algún tipo de problema. Para poder evitarlos, la simplicidad y el sentido común se erigen como los principales aliados para los negocios.

Actuar a través de ellos puede suponer diferentes beneficios. Entre los principales, se encuentra una mayor concentración y atención sobre lo que se está haciendo. Trabajando desde la perspectiva correcta, además, se consigue un aumento de la productividad y de la eficacia.

La simplicidad también supone una mayor claridad en el control de la planificación y de la gestión de las tareas, lo que conlleva una mayor tranquilidad y sosiego para el negocio.

Ante los problemas: preguntas concretas

No solo las respuestas correctas son importantes, también lo son las preguntas estratégicas. De hecho, la calidad de las preguntas puede determinar el éxito de una empresa, ya que permitirá indagar más y mejor acerca de un problema, pudiendo dar con una mejor solución.

Albert Einstein ya plasmó esta idea: “Si yo tuviera una hora para resolver un problema y mi vida dependiera de la solución, gastaría los primeros 55 minutos para determinar la pregunta apropiada, porque una vez que supiera la pregunta correcta, podría resolver el problema en menos de 5 minutos”. 

El principio KISS de sencillez

A raíz de la “navaja de Ockham” nace el principio KISS, acrónimo de “Keep It Simple, Stupid” (“No te compliques, estúpido”). Este postulado se relaciona sobre todo con la ingeniería, ya que muchos sistemas funcionan mejor si se evitan las complejidades innecesarias y, por tanto, si se mantienen simples.

Fue el ingeniero aeronáutico Kelly Johnson (1910-1990) quien acuñó este término cuando era jefe en Lockheed Skunk Works, una empresa fundada durante la Segunda Guerra Mundial y especializada en el diseño de aviones militares. El equipo, dirigido por Johnson, tenía como objetivo crear una nave que pudiera ser reparada por cualquier mecánico durante la campaña militar. Para ello, Johnson tan solo les facilitó varias herramientas, las mismas que podría tener esa persona que repararía el avión en el campo de batalla.

Todas las empresas, sea cual sea su tamaño y su ámbito de actividad, pueden aplicar el principio KISS a su filosofía. Esta forma de gestión es aplicable a diferentes ámbitos como la planificación (ayudará a evitar el desorden y la incoherencia), el cálculo de costes del proyecto o la transparencia en relación con el cliente.

La sencillez se considera sinónimo de elegancia y puede extenderse incluso a la imagen corporativa. De hecho, las empresas tienden cada vez más a la sobriedad, huyendo de toda floritura estética. Ya lo decía Leonardo da Vinci: “La simplicidad es la máxima sofisticación”.

El principio KISS puede convertirse en un estilo de vida y de pensamiento que ayude en el día a día, tanto a nivel personal como profesional. ¡Sigue el ejemplo de Johnson y minimiza tu caja de herramientas! 

Y tú, ¿eres de los que buscan la solución más simple?