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Cada vez son más las empresas que fomentan los entornos colaborativos para mejorar la productividad y el trabajo en equipo. ¿De qué se trata esto? Dejar de lado, paso a paso, elementos clásicos del entorno de la oficina tal como la conocemos. ¿Un ejemplo? Las mismísimas reuniones, que en un entorno colaborativo, dejan de ser necesariamente presenciales para convertirse en sesiones a distancia, potenciadas por aplicaciones y gadgets tecnológicos.

De igual modo, el ir y venir de carpetas, archivos e informes impresos en papel se transforma en un intercambio dinámico de documentos a través archivos en la nube. De la mano de esta des papelización (paperless), el paisaje típico de las oficinas va cambiando, dando paso a ambientes más amplios y despojados por la creciente desaparición de cajoneras, estantes y grandes muebles de archivo.   

Pero el entorno colaborativo va más allá de los dispositivos y aplicaciones para acelerar procesos y seguirle el paso a las nuevas generaciones de nativos digitales. Lo que propone esta forma de trabajo en equipo es, nada más y nada menos, que un pasaje de esa clásica pirámide jerárquica de la oficina a una en la que predomina una mayor horizontalidad. A su vez, impulsa una nueva arquitectura y diseño de los ámbitos de trabajo, donde ganan terreno los espacios abiertos que potencian la comunicación y el trabajo colectivo. Las ya míticas mesas de ping-pong y consolas de juego que introdujo Google no funcionan sólo como una forma de esparcimiento para potenciar la creatividad, sino también como un símbolo del espíritu colectivo que pone de relieve una cultura organizacional que promueve el trabajo colaborativo.

¿Se extinguirán entonces las reuniones personales y los documentos en papel? Difícilmente, ya que no todos tienen las capacidades ni las motivaciones para trabajar en entornos colaborativos, este cambio de paradigma no es para todas las organizaciones por igual, ni tampoco es aplicable en cualquier momento.

Ahora bien, tener oficinas con plantas abiertas, sistemas y aplicaciones innovadoras y espacios de esparcimiento y socialización no asegura que esa colaboración se produzca. Son apenas facilitadores del proceso. La clave está en que la organización fomente una fuerte cultura de colaboración en la que se valore el trabajo en equipo por sobre los logros individualistas y que las personas dejen de lado jerarquías para trabajar en comunión con pares, jefes y dependientes en un ámbito “libre de egos”.

Vale la pena hacer el esfuerzo. Los entornos colaborativos fomentan un ambiente laboral en el que las ideas fluyen, se comparten y se enriquecen con los aportes colectivos. Y si ese ambiente es multicultural y diverso, mucho mayor será el valor que aporten las diversas miradas.



De la mano de grandes compañías que comienzan a desarmar las estructuras arraigadas para

rearmarlas en entornos más dinámicos y evolutivos, se vislumbra un futuro cercano que para muchos será el de jerarquías, horarios y espacios de trabajo mucho más flexibles que los que hemos visto hasta ahora.